Se entiende por idealismo cualquier filosofía
o cosmovisión que reduzca la realidad únicamente a ideas. En este sentido el
marxismo se constituye eminentemente como una filosofía idealista. ¡Pero cómo!,
¿no es acaso una filosofía materialista? Claro que sí, precisamente por ello es
que es idealista. Mas, ¿cómo es eso?, ¿no es acaso una incoherencia que el
materialismo pueda ser idealista? No, al contrario, el materialismo es
idealista desde que eleva a la materia al rango de idea absoluta,
instituyéndola como explicación total y última de la realidad. Representa
exactamente la misma importancia que Dios tiene en la religión y hasta se le
dan algunos de los atributos que le pertenecen a Éste, como el de eternidad. “Nada
es eterno, salvo la materia en eterno movimiento, en eterno cambio, y las leyes
según las cuales se mueve y cambia” (Friedrich Engels).
Más que a cualquier otra cosa, Marx se somete
a la idea. A todos y cada uno de los aspectos de la realidad le impone a priori
una ley y una teoría según las cuales los analiza e interpreta. Después de
haber descartado todas las ideologías termina haciendo de la economía política
otra ideología; después de haber despojado a la clase obrera de las “mentiras”
y “engaños” de la religión la exhorta a reconocer al comunismo como la única
esperanza para su salvación, es decir, como la nueva religión.
La misma dialéctica, que Marx pretendió
purificar del idealismo de Hegel para revestirla del materialismo de Feuerbach,
es la mayor evidencia de esto. Cuando Marx aplica el sistema del materialismo
dialéctico a la historia lo que en verdad está haciendo es fraccionarla en
ideas. El marxismo es un conjunto doctrinal que mutila gravemente la realidad
pues en vez de deducir su sistema de la realidad deduce la realidad de su
sistema. Al pretenderse ciencia se convierte en pseudo-ciencia pues sus
postulados no son contrastables con la realidad. Cualquiera que intente
demostrarle a un marxista que un determinado acontecimiento histórico no es
consecuencia del factor económico sino de otros factores, se topará con la gran
dificultad de que éste reducirá todas sus explicaciones a la explicación
económica. Si se le cuestiona ello o se le muestran más evidencias dirá que
estos factores sí influyen y son importantes pero que vienen determinados en
“último término” por el factor económico. Ese tipo de actitud sólo trae como
consecuencia una ceguera intelectual desdeñosa de las “cosas del espíritu” ya
que no sabe ver más que un solo aspecto de la existencia. Por ejemplo: ¿cómo
podría un marxista explicar de modo coherente y objetivo un acontecimiento
histórico tal como la muerte de Jesucristo en la Cruz ?, ¿apelando sólo al modo
de producción?, ¿diciendo que éste es la verdadera explicación pero en “último
término”?
Se podría objetar que aún así el marxismo nada
tiene que ver con el idealismo pues es una filosofía que incita a la praxis (acción)
en vez de quedarse en el “mundo de las ideas”. Sin embargo, la exaltación
marxista de la praxis es una exaltación de contemplación idealista. La praxis marxista,
lo que hace el individuo en la sociedad y la historia, es un abstracto. Todo
esto lo concibe Marx metafísicamente, en un orden a priori, eminentemente
especulativo, según una relación absoluta entre pensamiento y realidad,
siguiendo una dialéctica forjada metafísicamente, como una ley intrínseca de
las cosas. Así pues, los marxistas no tienen derecho a arrojar la piedra a los
metafísicos idealistas porque también ellos mismos lo estudian todo
refiriéndolo a su materialismo idealista.