“La riqueza es la gran fuente de
la mejora moral”, afirmaba Nassau
Senior, primer profesor de economía política en la historia de Oxford, en su
lección inaugural. Sorprendente o no, la visión de Senior sigue vigente en el
pensamiento actual. Típica es la justificación moral del capitalismo ofrecida
por un editorialista de The Economist en febrero de 1994 al afirmar que “el capitalismo es una especie de libertad.
Otórgale a la gente determinados derechos (como el derecho a la propiedad y el
derecho a vender el propio trabajo) y déjala luego a su aire, y tendrás el
capitalismo. El capitalismo es algo bueno, sobre todo porque la libertad es
algo bueno”. (1)
Afirmaciones tan categóricas como estas nos llevan a
preguntarnos: ¿será verdad que el libre mercado nos lleva por sí solo a la
mejora moral? Es decir, cuando somos libres, ¿somos también responsables?
Para responder estas preguntas primero es necesario
entender cómo funciona la dinámica del mercado. El sistema de mercado se
presenta primariamente como aquel en el cual confluyen compradores y vendedores
con el objeto de comprar y/o vender bienes y servicios. Cada uno es responsable
únicamente de sí mismo y ejerce su interés personal participando como
demandante u oferente. Cada individuo actúa racionalmente (en la teoría
económica, egoístamente) tomando decisiones en el margen, es
decir, sin tener en cuenta las consecuencias totales de su actos sino sólo si
el comprar o vender una unidad más le traerá un beneficio adicional.
El comprador es básicamente un cazador de gangas. No le preocupa el origen de las mercancías o las
condiciones bajo las cuales fueron fabricadas pues lo único le interesa es
realizar la mejor inversión de su dinero según sus gustos y preferencias. En
este sentido sería “irracional” que pague un precio extra sólo porque el
vendedor es pobre, que rechace una extraordinaria rebaja por el simple hecho de
que sospecha que la mercancía es demasiado barata porque los que la fabrican
trabajan en condiciones infrahumanas o que compre mercancías nacionales cuando
las importadas son más baratas con el solo objeto de no empeorar la Balanza de Pagos de su
país.
A su vez el vendedor es un cazador de compradores. No le preocupa la calidad o idoneidad de su
producto más que en la medida en que pueda afectar sus futuras ventas, mermar
su competitividad o hacer que sea penalizado por la ley. Tiene que hacerle
creer al potencial comprador que necesita de su producto aún cuando no
fuere así pues lo único que le interesa es obtener la máxima ganancia de su
venta. De ahí que hoy en día sea tan importante la publicidad, siendo que lo
que antes se conocía como “publicidad exagerada” es ahora el objeto mismo de la
publicidad. Gracias al Internet, la televisión y demás medios de comunicación
miles de millones de niños, jóvenes y adultos son cotidianamente testigos del
entusiasmo excesivo con que hombres y mujeres seleccionados publicitan
perfumes, vestidos, celulares, autos, etc. Pero, este tipo de comportamiento
¿transmite un mensaje moral? ¿muestra acaso a individuos que, actuando como
personas “reales”, hablen con convicción de cosas en las que en realidad creen?
Ya Santo Tomás de Aquino, el gran doctor de la Iglesia Católica ,
había abordado este problema preguntando si es lícito el vender un objeto por
una cantidad que supera su valor. Dicha pregunta nos toma por sorpresa. ¿Qué
significa “vender un artículo por una cantidad que supera su valor”? ¿acaso no
vale lo que el comprador pague por él? ¿no es ese el “precio justo”? Para Santo
Tomás de Aquino no es así. Cita el Evangelio según San Mateo: “Todo lo que
deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo también ustedes por ellos” (Mt
7:12). Ahora bien: nadie quiere que le vendan algo por una cantidad que excede
su valor, por lo tanto hacer lo mismo con otra persona es cometer pecado.
La afirmación nos deja confundidos. ¿Por qué? Porque una de
las funciones del mercado es permitirnos olvidar las enseñanzas morales que nos
guían en nuestras relaciones fuera del mercado. En gran parte los mercados son
eficientes porque alejan de nuestra mente todas aquellas consideraciones
problemáticas.
En este punto convendría hablar también del sistema de
precios. En el mercado, en virtud del sistema de precios, se suprimen todas las
diferencias cualitativas entre los bienes. El dinero (que Marx llamó “la ramera
universal”) es la medida común a la que se reduce todo en la sociedad
capitalista. Allí cualquier cosa se iguala con el resto. Es el imperio de la
cantidad. Preguntar “¿cuánto vale?” equivale a preguntar “¿cuánto cuesta?”.
Valores tales como el amor, la verdad y la belleza sólo pueden sobrevivir si es
que demuestran ser “económicos” perdiendo así toda su dimensión esencial desde
que nada que no tenga un precio no puede tener, en ese contexto, un valor real.
Como
vemos el mercado no es de por sí un mecanismo automático para la mejora moral
sino que puede terminar convirtiéndose en una institucionalización de la
irresponsabilidad. Hay que ver a los mercados como lo que realmente son:
económicamente efectivos pero, en el aspecto moral, medios dudosos para motivar
nuestro comportamiento económico. Es por ello que debemos de luchar con todas
nuestras fuerzas contra la mercantilización de nuestra vida. No podemos
permitir que a fuerza de implantar una economía de mercado termine
construyéndose una sociedad de mercado, una “sociedad adquisitiva” (R. H.
Tawney) en la que todo se compra y se vende quedando reducido sólo a valores
monetarios, lo cual termina creando individuos cínicos que conocen el precio de
todo y el valor de nada, disolviendo los principios morales en una selección de
oportunidades y destruyendo de este modo la libertad. ¿O acaso es libertad el
fácil acceso al equipo de video y audio, como alguna vez sugirió Fukuyama? ¿Es
libertad tener mucho dinero de modo que se amplíe nuestra gamma de elección
efectiva? ¿Es libertad el simplemente hacer elecciones que eliminan otras
opciones sin comprometerse nunca a uno mismo? ¿Es libertad destruir la
ecología, agotando los limitados recursos de nuestro planeta para satisfacer
nuestras cada vez más ilimitadas “necesidades”?
En
conclusión, la justificación moral del capitalismo en nombre de la libertad no sólo es falsa sino que
también puede resultar muy perniciosa pues, como bien había notado Herbert
Marcuse, “la libertad puede convertirse en un poderoso instrumento de
dominación” (2). Y es que en realidad no somos “libres para elegir” como
pretendía Milton Friedman sino que ha cada momento nuestras necesidades y
preferencias son manipuladas en función de los intereses económicos y políticos
de nuestra sociedad. Pero se nos sigue haciendo creer que somos libres
justamente para impedir que cuestionemos el orden establecido y, en
consecuencia, busquemos cambiarlo. En nuestra sociedad aún existen los amos y
los esclavos; pero los amos, para perpetuar de modo más efectivo su dominación,
nos hacen creer que somos libres que vivimos en una sociedad democrática y que
siempre podemos elegir. Con ello destruyen toda posibilidad de oposición
efectiva pues un esclavo que sabe que es un esclavo siempre tendrá la
posibilidad de rebelarse contra su amo, pero un esclavo que cree que es libre
jamás se rebelará. Es así como el capitalismo neoliberal, haciéndonos creer que
somos libres, nos esclaviza al mercado y nos quita la posibilidad de pensar (y
luchar por) un mundo diferente. Es cierto que el comunismo ha caído pero no
creo que haya llegado el fin de la
historia como pretendía Fukuyama. No, la historia todavía no ha terminado.
El capitalismo neoliberal no tiene por qué ser el sistema ante el cual deba
rendirse la historia. Una cosa es que el comunismo haya caído y otra muy
diferente es que el capitalismo haya triunfado. Obviamente la utopía marxista
ya no es una opción viable para construir una nueva sociedad, pero no es
necesario ser marxistas (y en particular yo soy tan antimarxista como
antineoliberal) para darnos cuenta que el presente estado de cosas es inhumano
e injusto y que necesita ser cambiado. Si somos capaces de pensar que un mundo
mejor es posible y actuamos de acuerdo con esa convicción, luchando por
realizarla, la haremos posible. Pero si seguimos creyendo que, como se quiere
que creamos, no haya alternativas al modelo capitalista neoliberal, las cosas
seguirán igual. Pero ello es inaceptable. Todavía vivimos en un mundo con mucha
esclavitud, alienación, hambre y pobreza, y todo ello es algo que el modelo
neoliberal no ha solucionado ni puede solucionar. Es, por tanto, labor de
nosotros los economistas proponer nuevas alternativas civilizacionales, que
permitan la plena realización de los hombres.
Referencias:
1. Citado
por Bas de Gaay Fortman y Berma Klein Goldewijk en Dios y las cosas, Ed. Sal Terrae, 1999, p.33-34.
2. Herbert Marcuse, El hombre unidimensional,
Ed. Artemisa, México, 1985 p.37.